El deterioro político detrás de la enfermedad
La enfermedad de Cristina Fernández que, de nuevo, sacude a
la Argentina constituye, al mismo tiempo, un enorme telón que oculta la
actualidad de la escena nacional. Esa escena exhibe, entre muchos, un rasgo
distintivo: el acelerado deterioro político presidencial que sucedió a aquella
apabullante victoria con el 54% de los votos, que consagró su reelección hace
apenas dos años.
Ese deterioro sobresaldría en todos los planos. En el
interno, la Presidenta se asoma a una nueva derrota electoral, según lo
presagian todas las encuestas para el domingo 27. No sería todo. Se advierte
también una descomposición progresiva en sus sistemas de poder. La motorizan
las intrigas palaciegas derivadas de los fracasos en la gestión y el desencanto
de una buena porción del peronismo que, hasta ahora, acompañó la experiencia de
los Kirchner en esta década. El frente externo sería también reflejo de los
malos tiempos.
Se acumulan conflictos sin solución (con España por Repsol,
con Washington por los fondos buitre, con Brasil por motivos del comercio, con
Uruguay por la pastera en Fray Bentos) y Cristina aparece aislada. Basta para
comprenderlo con consignar un dato: estuvo poco más de dos días en la reciente
Asamblea de la ONU en Nueva York y tuvo agenda libre con holgura. Pronunció su
discurso y selló sólo dos encuentros bilaterales: con Dilma Rousseff (vecina, a
quien puede ver cuando desea) y con el colombiano Luis Alberto Moreno, titular
del BID.
La enfermedad de Cristina, según los especialistas, sería
producto de una patología vieja. Aunque desnudaría también, a la par, muchos
desarreglos de su poder. Uno de ellos tendría ligazón, precisamente, con cierto
desdén de los Kirchner con sus problemas de salud. Le ocurrió al ex presidente,
que recibió repetidos alertas de su cuerpo antes del desenlace fatal.
Le viene sucediendo a Cristina quien, en ese aspecto,
pareciera estar bastante más atenta. Pero, en ambos casos, persiste la sospecha
de una manipulación política frente a la irrupción de cada trastorno.
El cuadro cerebro vascular que evidenció Cristina el sábado
último registra antecedentes. No del todo claros, al menos, en la forma de ser
comunicados. El primer episodio ocurrió en junio del 2011 cuando sufrió una
caída durante la visita al Instituto Luis Federico Leloir. Fue atendida en el
sanatorio Otamendi por Armando Basso. El reconocido neurólogo señaló que no
existían secuelas cerebrales por aquel golpe. Pero, en cambio, habría marcado
una anomalía en la zona frontal izquierda. De esa cuestión los médicos
presidenciales, Luis Buonomo y Marcelo Ballesteros, nunca se hicieron cargo.
Cristina soportó otro golpe en la cabeza –jamás se aclaró en qué
circunstancias, aunque tal vez fue durante su práctica de rollers en Olivos– el
día después de la derrota en las primarias de agosto. Basso se estaba yendo por
entonces de viaje al exterior. Debió aplazarlo para ocuparse de nuevo de la
salud presidencial. Realizó el mismo diagnóstico de 2011. Hicieron falta la
arritmia y las cefaleas de Cristina para una nueva consulta de urgencia, esta
vez a cargo del prestigioso doctor Facundo Manes, de la Fundación Favaloro.
Pasó, tras varias horas de rumores y hermetismo, lo que se sabe: el reposo
repentino y estricto de la Presidenta por un mes. Se sabe mucho menos, en
cambio, sobre las características y posibles consecuencias de su delicada
dolencia.
La Presidenta no pareció dispuesta a mensurar debidamente
ninguna de esas cosas cuando se abocó al ejercicio del poder, en especial en su
segundo mandato. Empezó por construir una línea de sucesión presidencial que,
con la realidad a la vista, demostraría el grado de indigencia institucional en
que se encuentra sumida la Argentina. Amado Boudou no ha sido sólo un grueso
error político presidencial. Es un funcionario que está además a tiro de
procesamiento de parte del juez Ariel Lijo, en dos causas: enriquecimiento
ilícito y el escándalo Ciccone. Esos malos pasos le hicieron perder la frágil
inicial confianza cristinista. A tal punto, que el secretario Legal, Carlos
Zannini, alternó el clásico de ayer entre River-Boca con el análisis de formas
para limitar el poder del vicepresidente, para el caso de que se haga efectiva la
licencia de Cristina y deba reemplazarla. No habría camino para que ese
artilugio no sea inconstitucional.
Boudou fue marginado hace tiempo por la propia Cristina, su
autora, de cualquier tarea política significativa. Expresamente incluso, en
especial por pedido de Martín Insaurralde, se borró de la campaña. Archivó la
guitarra y emprendió cuanto viaje pasó por su escritorio. Volvió de apuro de
Brasil convocado por la crisis de salud de la Presidenta. Algunos dicen que
estaba en ese país organizando comisiones bilaterales de trabajo. Otros, que
desde Brasilia planeaba ir a Cannes para promocionar el cine argentino, ladeado
por la titular del INCAA y candidata a diputada porteña, Liliana Mazure.
Los padecimientos de la maquinaria de poder cristinista no concluirían,
sin embargo, con Boudou. Detrás del vicepresidente, en la línea de la sucesión,
está la senadora Beatriz Rojkés, la esposa del gobernador tucumano, José
Alperovich. Ocupa el segundo escalón en el Senado.
Hasta allí trepó sólo por su amistad y solidaridad con
Cristina. Se trata de una mujer distante del sistema peronista. Y de todos los
sistemas. ¿Alguien podría imaginarse gobernando a Boudou la transición?.
¿Alguien podría pensar que Rojkés lo haría sin hesitaciones? Esa manera de
entender el diseño del poder de parte de la Presidenta escondería también un
trastorno. No patológico. Sí político e institucional.
El caso de Julián Domínguez, el titular de la Cámara de
Diputados, sería distinto. Podrá o no compartirse con él siquiera la hora, pero
sería difícil escamotearle su recorrido político y partidario. Claro que, como
parte de una hipótesis que nadie en su sano juicio querría ver consumada,
Domínguez formaría parte de la línea sucesoria sólo para convocar al plenario
del Congreso que debería designar al presunto reemplazante de Cristina. Fue lo
que hizo Eduardo Camaño en la crisis del 2001 que terminó coronando a Eduardo
Duhalde (entonces senador) como presidente de una emergencia.
Sería en este punto donde podría comenzar a tallar, tal vez,
la figura de Daniel Scioli. Como nunca en los últimos años la Presidenta y el
gobernador se retribuyeron elogios. “Nunca le perdí confianza”, dijo Cristina
en su último reportaje programado por TV, antes del reposo obligado. “Hay que
cuidar la salud de la Presidenta”, aconsejó el mandatario.
Scioli se “cristinizó” hasta un extremo impensado en los
últimos meses. Se cargó la campaña y a Insaurralde sobre sus espaldas. Esa
labor se tornará más ostensible ahora que Cristina desaparece de la campaña.
El viraje de Scioli llamó la atención, sobre todo, porque
estuvo en junio a horas de cerrar un acuerdo con Sergio Massa, el candidato del
Frente Renovador, ganador de las primarias y favorito para el domingo 27 en la
provincia de Buenos Aires. Después de ese incordio, el gobernador convocó en
varias oportunidades a defender la institucionalidad votando a los postulantes
del Frente para la Victoria. Siempre se tomaron sus palabras como un eslogan
porque nadie avizoraba seriamente ninguna tempestad.
En privado, Scioli fue varias veces más lejos. Explicó que
su pacto con el intendente de Tigre era imposible porque si sobrevenía una
crisis en el Gobierno nacional luego de la derrota, estaría forzado a
convertirse en garante de la estabilidad. Y que no podía hacerlo desde la
vereda opositora. Fue otra vez literal cuando hace sólo diez días explayó esos
mismos argumentos delante de dos importantes empresarios. Los hombres de
negocios quedaron entre confundidos y perplejos.
¿Sabía Scioli, acaso, algo sobre la salud de Cristina? ¿O
intuía simplemente la posibilidad de un desbande oficialista después de la
derrota? ¿Conversó algo de eso, o todo, con la Presidenta? Serían esos, en este
tiempo de gigantesca incertidumbre política, los secretos más valiosos
guardados por el gobernador.
Fuente:http://web.clarin.com/politica/deterioro-politico-detras-enfermedad_0_1006699398.html
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