Hace exactamente un año, una presidenta saliente tuvo una
actitud patética y reveladora que pareció escrita por un pésimo guionista. Por
supuesto, nadie le daba letra a Cristina Kirchner: el modo casi primitivo en
que se aferró al bastón de mando y se negó a entregarlo al presidente que
asumía nació de la más profunda de sus pulsiones. Era, una vez más, la niña
insatisfecha y caprichosa que lo quería todo para ella y que se consideraba el
centro excluyente del sistema. Así había ejercido el mando, y ahora se negaba a
ser parte del acto solemne que significaba el fin de esa condición que ella y
los que la acompañaban pretendían eterna. ¿Cómo podía el sol resignar sus rayos
y su calor?
Agobiados, muchos quisieron ver en ese triste portazo el fin
de una era que había llevado al país a una degradación impensable. Pero la cosa
no es tan fácil. Ese gesto de algún modo anticipaba el tipo de oposición con el
que iba a tener que lidiar el gobierno entrante. Movida también por reflejos
atávicos y acaso incorregibles, se trata de una oposición que en el fondo no
reconoce la autoridad que las urnas dieron a los nuevos inquilinos de Balcarce
50, a los que ven como okupas que deben ser desalojados más pronto que tarde.
Nada muere y todo se transforma. Sobre todo en el peronismo,
un mosaico variopinto y contradictorio cuya única amalgama es una irrefrenable
sed de poder. Esa mutación aparente se acentúa cuando los herederos de Perón
empiezan a sentir la necesidad de ir encontrando un líder a cuya sombra puedan
lavar los pecados recientes y volver al gobierno. Ese eventual líder quizá
mande a los más impresentables a la última fila, pero tanto la historia como los
hechos de estos días en el Congreso confirman que a la hora de la verdad no le
hará asco a nada para obtener lo que se proponga.
¿Por qué llega la hora de socavar al Gobierno cuando Macri
dobla la curva del primer año, después de algunas muestras de racionalidad y
acompañamiento en los primeros trimestres? Acaso haya razones que van más allá
de las elecciones del año próximo. Acaso esta reacción es también la forma en
que la corporación peronista defiende privilegios e intereses construidos
durante décadas, que hoy pueden verse afectados por la acción de un gobierno no
peronista y por el simple funcionamiento de un sistema institucional más
depurado. Al kirchnerismo le preocupa la Justicia. A muchos gobernadores, la
perpetuación de su dominio feudal. A los viejos caudillos gremiales, lo mismo.
Y a los más ambiciosos, evitar que todo ese poder se licue antes de que pueda
depositarlos y sostenerlos a ellos en el sillón presidencial. No los une el
amor, sino el espanto. Sobre todo, a la buena imagen del Presidente a pesar de
que la economía no despega.
Esa buena imagen es indicio de que esta vez la ley del
eterno retorno no parece de cumplimiento indefectible. El daño hecho durante la
década kirchnerista está a la vista en la calle y en los tribunales, y esto
tiene un efecto colateral positivo. Ahora resulta que los que sumieron al país
en la pobreza y el saqueo indiscriminado vienen a defender a los trabajadores
como si fueran carmelitas descalzas. El viejo verso ha perdido efecto y en
ciertas bocas provoca reacciones opuestas a las buscadas. Los intentos de
Massa, Bossio y otros compañeros de mostrarse lejos de la última encarnación del
peronismo y de sus prácticas perversas tienen posibilidades de éxito sólo por
la mala memoria de los argentinos. La cuestión es que ellos, como funcionarios
de los Kirchner, han puesto su parte para llevar al país al estado crítico en
que se encuentra y estimulan esa memoria. Hasta ahora, son parte del problema y
no de la solución.
Tras el traspié en el Congreso por la ley de Ganancias,
Macri parece haber abierto los ojos a la realpolitik. Muchos han señalado la
dureza de sus críticas hacia la oposición, pero yo no logro ver ahí nada que me
recuerde ni de lejos a la intemperancia de la ex presidenta. No hay duda de
que, sin mayorías en el Congreso, el Presidente necesitará seguir apelando al
diálogo y a los acuerdos para gobernar. Sin embargo, eso no quita la necesidad
de discriminar a aquellos que tras las palabras esconden la voluntad de
extorsionar, exprimir y hasta liquidar al Gobierno. En buena medida, la suerte
del país pasa por los resultados que logre esta administración y por si el
peronismo va a permitir o no que un gobierno no peronista, acaso éste, tenga
éxito. También, por lo que haría el ciudadano y el votante ante la eventualidad
de que se inclinara por no permitirlo. Éste parece el corazón del problema en
el primer aniversario del gobierno de Cambiemos.
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Foto Internet
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