Desde 1991, el ahora jefe de Gabinete pasó por los gobiernos
de Ruckauf, Duhalde, Menem, Néstor y Cristina. El arte de siempre poder volver.
La coyuntura política, la economía mundial y la forma de
gestionar del Ejecutivo cambiaron demasiado desde 1991, cuando Aníbal Fernández
juró en un cargo público por primera vez. Lo que no cambió nada fue la voluntad
política del dirigente, que dijo “sí, juro” unas 15 veces en su paso por la
función pública.
El quilmeño, que juró hoy como jefe de Gabinete, ya se había
convertido en 2011 en el funcionario que más tiempo permaneció en la historia
contemporánea con rango de ministro. Y lo hizo siempre a base de aplausos y
lealtad absoluta, tanto con Carlos Ruckauf, Eduardo Duhalde, Carlos Menem,
Néstor Kirchner y Cristina Fernández. De algún modo u otro, Aníbal siempre se
las arregló para ingresar a las entrañas del poder a tiro de decreto o buenas
ubicaciones en las listas.
En 1983, apenas un año después de recibirse como contador
público en la Universidad de Lomas de Zamora, Fernández hizo sus primeras armas
como asesor en la Cámara de Senadores de la Provincia. Luego fue ascendido a
secretario administrativo del bloque peronista y después accedió a la
secretaría administrativa.
Entonces, se dedicó a ganar peso territorial en el municipio
de Quilmes, que luego convertiría en su principal bastión político. En 1991
juró por primera vez como intendente, donde gestionó con el apoyo del
gobernador Eduardo Duhalde y Carlos Menem. De esas épocas quedaron videos, en
blanco y negro, donde Fernández aplaude a rabiar el discurso del riojano, en un
acto de Quilmes.
Desde allí también tejió afinidades en todo el peronismo
bonaerense. Tal es así que tres años después juró como convencional
constituyente de la Provincia de Buenos Aires. Su tercera jura fue en 1995,
cuando las necesidades electorales del menemismo lo llevaron a la lista de
senadores provinciales.
Su primer cargo ejecutivo llegó en 1997, cuando dio el “sí”
por cuarta vez. El entonces gobernador Duhalde lo ubicó como secretario de
Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. El cambio de mando provincial, que
quedó en manos de Carlos Ruckauf, no le impidió a Aníbal seguir creciendo en el
gabinete. Allí se desempeñó primero como secretario del Ministerio de Trabajo y
luego, por primera vez en ese rango, como ministro de Trabajo.
El séptimo “sí, juro” de Fernández ya fue, además de como
contador, como abogado. Es que el dirigente había obtenido ese título en 2001.
Al año siguiente, Eduardo Duhalde lo convocó como Secretario General de
Presidencia, en lo que fue su primer cargo en el Poder Ejecutivo nacional.
Durante la misma gestión, Aníbal pasó a ser un ministro
nacional por primera vez, en el ya extinto Ministerio de la Producción. Sobre
el final del duhaldismo, con el cambio de aires, consiguió una banca como
diputado nacional, lugar estratégico para reposicionarse con el nuevo gobierno.
Y así lo hizo: con la llegada de Kirchner a la Casa Rosada, Fernández juró por
décimo primera vez. Lo hizo como ministro del Interior, y le dejó una de las
postales que más le gusta mostrar: en la que abraza a Néstor Kirchner.
A partir de allí, Aníbal se convirtió en un soldado
indispensable para el kirchnerismo. Aunque dejara el gabinete de forma
temporal, siempre supo mantenerse cerca del poder para volver a ser convocado
en momentos críticos. Con Cristina Fernández de Kirchner, se hizo cargo del
Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos.
Juró una vez más en 2009, cuando el cielo se le puso gris al
kirchnerismo tras la crisis con el campo, en reemplazo del hoy opositor Sergio
Massa. Aníbal se transformó entonces en el jefe de ministros, en su décimo
tercer cargo bajo juramento.
Fernández se transformó en uno de los hombres de mayor peso
dentro del gobierno, incluso después de la muerte de Néstor Kirchner, cuando el
secretario Carlos “Chino” Zanini crecía en influencias y poder. El desgaste
lógico de ser una de las principales espadas en la batalla del gobierno con
Clarín y, salpicado por el triple crimen de General Rodríguez y la ruta de la
efedrina, la Presidenta optó por renovar la cara del gabinete y reemplazó al
dirigente con Juan Manuel Abal Medina.
Sin embargo, Aníbal Fernández nunca jugó al despecho.
Siempre listo para apoyar a cada uno de los ministros que acudían al Congreso,
el quilmeño mantuvo su poder en el riñón kirchnerista y pasó de cualquier
coqueteo con otros sectores del peronismo.
Desgastado Jorge Capitanich como jefe de Gabinete, la
Presidenta optó por volver a traer a Aníbal Fernández a la Casa Rosada como Secretario
General de Presidencia. El funcionario ayudó a blindar el relato durante la
crisis de gestión más importante del gobierno K: la guerra de espías y la
dudosa muerte del fiscal Nisman.
Fue por eso que se ganó su décimo quinta jura como
funcionario. Otra vez, en un cargo que ya ocupó antes: como ministro
coordinador de todo el gabinete. Ahora tiene, quizás, el desafío más
importante: el de llevar al kirchnerismo hacia una salida ordenada, de esas que
él conoce bien.
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